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LA MUJER CARTONERA
Lidia Quintero tiene 46 años, es tucumana, es madre de nueve
hijos y fue zapatera mientras pudo. De aquella época de su vida, le quedó el deslumbramiento por los tacos.
No tuvo militancia ni formación política en alguna estructura partidaria. Ella es una de las 25 mil rastreadores de basura urbanas cuyas historias repiten las crónicas de los diarios. Lidia empuja su carro, como tantas otras hacia el tren, desde donde parten todos los días cuatrocientos cartoneros.
Frente a cada uno de los tachos de basura, Lidia se para cada día y su peso de cartón perturba y desordena las calles de un mundo diseñado para darle espacio a la fuga. ?Sentís vergüenza la primera vez ?dice?, ?éramos toda gente que trabajábamos, y qué más quisiera uno que tener su trabajo bien, y ser bien mirado como cualquiera.? Su búsqueda es la búsqueda de esa mirada.
Tomaba la línea del ferrocarril Mitre que salía desde José León Suárez hacia Retiro. Las empresas aún no estaban privatizadas. A fuerza de empujones, las cartoneras lograban subir a alguno de los vagones y podían bajar en todas las estaciones.
Haciendo una mirada desde la antropología social, las mujeres aún conservan muy poca participación entre los Cirujas urbanos; Fue durante la década de los 90 en el gobierno de Carlos Saúl Menem en ellas integraban una fuerza de trabajo de reserva: salían sólo en épocas de crisis.
Aún ahora cuando empiezan a ser más visibles en el espacio público, en las calles e incluso andando cargadas con sus hijos, ellas son algo así como la tercera parte de los que se mueven en el universo del cartón. Allí tienen asignado un rol distinto dentro del grupo familiar que suele funcionar como unidad económica: los hombres y los hijos varones son quienes salen a trabajar, ellas reciben las cargas en las casas, las clasifican y ordenan, este no es el caso de Lidia, ya que ella es viuda, por lo tanto es ella quien sale en busca del cartón y papel, luego los ordena en su casa, como otras tantas mujeres que viven solas con sus hijos.
Ese mundo de hombres y de trenes un día necesitó de delegados. Los gerentes, dice Lidia, les pidieron voceros autorizados.
?A los pasajeros les molestaban las carretas y un día la empresa se puso a decir que no nos iban a dejar subir más, que nos iban a poner un molinete como pasa en la estación de Retiro: cuando vos querés entrar con la carreta están todos los molinetes y no podés subir.? Con la empresa hubo un período de discusiones largas y pesadas.
En medio de las negociaciones, las y los cartoneras/os decidieron un día impedir la salida de un tren que estaba a punto de arrancar sin recogerlos, finalmente se terminó aceptándolos. A fines del 2000 salía el primer Tren Blanco con 120 cartoneros que pagaban un bono mensual de 10 pesos con cincuenta.
Desde ese momento Lidia es la delegada: su tarea todas las noches es ordenar a la gente que sube al tren de cartoneros(tren blanco). ?Delegada de hombres también, ellos se sienten incómodos que una mujer los mande y la otra vuelta me quisieron bajar. Yo agarré y les dije: ?Si alguno era capaz de asumir el cargo que tengo, que lo elijan ellos?.? Ese cargo implica una lista larga de tareas, ?cumplir con todas las funciones, no solamente sacar bonos, tenés que pelearla?. Esto implicó organizar una guardería para evitar que los hijos de las cartoneras salgan con ellas a trabajar de noche, reclamar por la rehabilitación de la estación de Carranza donde ahora tenían prohibido bajar y reunirse con la gente de la asamblea de Colegiales para preparar un festival. Quieren juntar colchones y material para la guardería pero, además, el dinero para las vacunas contra el tétanos, porque ahora no les están dando.
Muchas veces, cuando vuelve tarde a la casa, Lidia escucha el rumor de alguno de sus hijos: ?Me preguntan ?explica?: ?Mami, ¿para qué te metés en todo esto???. Lidia entonces les contesta: ?Es una cosa que a mí me gusta. Me gusta defender a la gente, y pelear por el trabajo. No sé, lo tomo como que me gusta defender lo de uno. Por eso cuando ya están hablando mal, ataco?.